El cielo es un lugar permanente. Ningún enemigo podrá conquistar jamás el paraíso de Dios.
No habrá desmoronamiento de sus edificios, decadencia de sus materiales, ni secamiento o muerte de su vegetación. Ninguna niebla o radiación contaminará jamás su atmósfera santa. Esa morada permanente es una ciudad eterna y perdurable.
En ese lugar incomparable, los santos encontrarán dulce liberación de todas sus decepciones, angustias, tragedias y desastres. Allí no habrá más pena ni aflicción. Allí no habrá más dolor. Allí no habrá más clamor: (Apocalipsis 21:4) “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.
Parecía que los ciudadanos alegres a los que veía en el cielo habían provenido de muchas edades y países diferentes. Era obvio que habían diferentes nacionalidades.
Entonces recordé otra cita bíblica que había leído: (Apocalipsis 5:9)Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación.